Avidez y amor: ¡qué diferentes sentimientos evocan estas dos palabras! Y, a pesar de ello, bien pudiera ser el mismo instinto designado desde dos puntos de vista; por un lado, como sentimiento vilipendiado desde el punto de vista de los que ya se han librado de él, en los que el instinto se ha tranquilizado en alguna medida, y que ahora temen por su «posesión»; y, por otro lado, desde el punto de vista de los insatisfechos aunque aún sedientos, y que por eso glorifican el instinto como «bueno».
Nuestro amor al prójimo, ¿no es un impulso hacia una nueva propiedad? ¿Y es otra cosa igualmente nuestro amor por el saber, por la verdad y, en general, todo ese impulso convulsivo de novedades? Progresivamente nos cansamos de lo viejo, de lo que ya seguramente se ha poseído, y extendemos de nuevo nuestras manos: incluso el más bello paisaje en el que vivimos tres meses no puede ya confiar en nuestro amor, pues cualquier costa más lejana excita nuestra avidez: la mayoría de las veces la posesión se empequeñece cuando ya se posee. Nuestro placer en nosotros mismos quiere mantenerse en pie de un modo tal, que continuamente transforma en lo que somos nosotros mismos algo nuevo, a esto se le llama, precisamente, poseer. ¿Qué singifica cansarse de una posesión? Cansarse de uno mismo.
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Ahora bien, el amor sexual se delata más claramente como impulso compulsivo de propiedades: el amante no quiere otra cosa que la posesión exclusiva e incondicional de la persona anhelada por él; asimismo, quiere un poder incondicional tanto sobre su alma como sobre su cuerpo; quiere ser amado exclusivamente, vivir y dominar sobre la otra alma como si fuera lo más alto digno de ser deseado [...]
Compruébese cómo para el propio amante el resto del mundo le resulta indiferente, pálido, carente de valor y cómo está dispuesto a soportar cualquier sacrificio, a destruir todo orden y a subordinar todo posible interés. Si se comprueba todo esto, sorprende cómo, de hecho, esta salvaje avidez e injusticia del amor sexual ha podido ser ennoblecida y divinizada como lo ha sido en todos los tiempos; incluso sorprende que de este amor haya surgido el concepto de amor como lo opuesto al egoísmo, cuando precisamente es quizás la expresión más ingenua de egoísmo.
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Sin duda en este mundo existe de vez en cuando una especie de continuación del amor, en la que aquel ávido anhelo mutuo de dos personas sí ha abierto el camino a un nuevo deseo y avidez, a una sed común superior por un ideal que se encuentra por encima de ellos: ¿quién conoce este amor? ¿Quién ha hecho esta experiencia? Su verdadero nombre es amistad.
Hasta aquí lo que escribió Friedrich. Sólo puedo agragar que yo lo habría titulado "sobre lo que se llega a entender por amor".
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